lunes, 2 de marzo de 2015

Carta a mis amistades "ateas"

Creative Commons. Tinkus en carnaval, por Nati Lafuente.

Les escribo con el deseo de que se encuentren bien.

Una razón especial me hizo sentarme frente a las teclas en esta ocasión, bien acompañado de la música del señor Robert Johnson. He pensado en ustedes y quise por lo tanto darles algunas palabras, también relacionadas con algunos sucesos recientes, de los que no daré detalles aquí porque no viene al caso.

Antes de escribir, la curiosidad hizo que googleara las palabras "carta a un ateo". La lista -cerca 643.000 resultados en 0,3 segundos-, revisada al vuelo, presenta muchas justificaciones, muchos llamados de atención, muchas exhortaciones. Intentaré hacer algo diferente; ustedes dirán si lo logré. 

Estoy muy agradecido por su presencia en mi existencia y porque, la verdad sea dicha, ustedes me han mantenido en sus círculos con todo y mis creencias. Sí, ustedes saben que tengo esta identidad espiritual. Y estoy seguro de que ustedes, cada uno a su manera, cada una según su experiencia, también la tiene. Lo de ateo lo pongo por lo tanto entre comillas, porque esta palabra está en ese grupo de expresiones machacadas, abusadas, empleadas para atacar más que para definir. Ustedes son ateos de un dios institucional, masculino, policía, bombero/socorrista, comerciante de fe, el cual probablemente les presentaron desde la infancia porque la ignorancia ha sido mucha y muy profunda durante siglos. Sepan que algunas de sus palabras rebeldes me han ayudado a desprenderme del miedo a ese ídolo, a ese becerro de oro. Dichas palabras llegaron a mi conversando, invariablemente conversando. 

Aprendí así que, con ustedes, lo mejor siempre será una buena conversación en vez de una mala conversión -otra de esas palabras abusadas-. Imposible decir que ese aprendizaje ha sido fácil: yo, al principio, era un carismaniático total, y lo digo con perdón de quien se ofenda.

En el camino me he encontrado con ustedes que emplean sus energías haciendo preguntas, buscando respuestas, conociendo colores, fijándose en que hay cosas que no marchan pero sin quedarse en lamentos áridos. Me gusta notar que ustedes no están seguros de nada, o de muy poco. Esto los hace, en medio de las naturales debilidades humanas, más cercanos a posiciones diferentes a las suyas. En mi orilla confesional -llamémosla así-, por el contrario, no son pocos los que están tan seguros de su fe que prefieren encerrarse en ella, como quien se encierra voluntariamente en un huevo de cristal. La cáscara diáfana les permite ver desde adentro, pero no se atreven a romperla para no quebrar el círculo de confort. A veces incluso les oigo, desde sus celdas, referirse a la realidad en términos nada cordiales, o mejor, nada cooperativos. Están convencidos de pertenecer a una casta de elegidos. No los justifico, pero les pido por favor que no les den duro: quizás ellos también son resultado de los errores educativos. Y al fin y al cabo, eso de la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio aplica para todo el mundo sin excepción.

Sin embargo, les tengo una buena noticia. Sí, también conozco en esta orilla gente con la que se puede dialogar. No les voy a engañar diciendo que es fácil hacerlo, pero así es: tengo amigas y amigos creyentes que se esfuerzan por hacer preguntas, que desean hacer de su fe un compromiso vivo de servicio, sin ataques, sin imposiciones. No les voy a decir que ellos, de buenas a primeras, han puesto en duda todo, porque tampoco se trata de eso. La esperanza, cosa común entre ellos y ustedes, es la certeza que hace del dudar un ejercicio humano, pues lo viste como se visten las muchachas en carnaval, dispuestas a no dejar que les quiten la risa. Dicha esperanza hace que ellos, igual que ustedes, estén en pleno proceso de aprendizaje, ese que nunca termina. 

Yo, la verdad, necesito tanto de ellos como de ustedes. Son como dos vientos que me sostienen en el vuelo. De ninguna manera considero que chocan sino que, por el contrario, se complementan e incluso danzan. No busco perfección en ninguno de los vientos; busco Humanidad, así, con mayúscula, y estoy seguro de que ese Dios en el que creo, Madre y Padre, está tanto en los unos como en los otros.

Y entonces, ¿cuándo conversamos? Ustedes ya me dejarán saber. Entre tanto, mucho ánimo en cada momento. Saludos en casa. Se despide, hasta la próxima, este servidor.



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